1 – La imagen es la clave del recuerdo
Las imágenes nos llaman y nos seducen, luego es lógico que sean mejor recordadas que las palabras, los sonidos o los olores. El truco, en lo que se refiere al estudio, es traducir los conceptos abstractos a imágenes. Algunos lo hacen con facilidad, a otros le cuesta horrores. Pero en todos se puede incrementar esta facultad natural.
Acostúmbrese a usar esquemas (palabras unidas con flechas). Acostúmbrese a imaginar situaciones donde se aplican los conceptos que aprende. Imagine que es un director de cine y que tiene que dar forma visual a lo que lee o piensa.
2 – ¡Atención a la atención!
No estamos atentos. Excepto que un perro nos muestre los dientes y gruña terroríficamente, no solemos atender con los cinco sentidos. Y lo peor es que no nos damos cuenta; nuestra «desatención» nos pasa desapercibida.
La flojera en la atención tiene consecuencias: nuestros recuerdos son débiles y caprichosos. La memoria no nos ayuda porque ni siquiera creamos circuitos neuronales suficientemente estables. Todo ello tiene un remedio, tan sencillo como difícil: prestar atención con todos los sentidos. «Observar con atención equivale a recordar con claridad» (Edgard Allan Poe. «Los Crímenes de la calle Morgue»)
3 – ¡La comprensión también se olvida!
Algunos ingenuos creen que la clave del recuerdo está en la comprensión. ¡Mentira!
La comprensión de un texto, o de una conferencia, es una condición necesaria para el recuerdo... no una condición suficiente.
"¿Recuerdas lo que dijo?". No, contesta la mayoría, pero era muy interesante. Solemos recordar nuestras sensaciones y emociones con mayor prolijidad; las ideas -sobre todo si son complejas- se van con quien las enuncia.
"(La memoria)...en lo que ha de dar pena es prolija, y en lo que había de dar gusto es descuidada" dice Baltasar Gracián (en «Oráculo Manual y Arte de la Prudencia» -1647- ). Este aparente capricho de la memoria resulta de escuchar sin atender a-fondo; quedamos expuestos a los detalles que captan nuestra atención inconsciente. Lo más abstracto se pierde.
4 – ¡No hay aprendizaje sin actividad!
Cuanto más activo, menos olvido. Se trata de actividad mental, no física. La pasividad, la simple receptividad, con ser buena... tampoco es suficiente.
Incrementar la actividad -en situación de alumno– puede ser la cuadratura del círculo. Cuando uno está como alumno no tiene muchas oportunidades de ser activo; de ahí que en un clase el que más aprende suele ser el que menos lo necesita... el maestro.
El alumno está en una especie de jaula. No debe moverse, no debe hablar (excepto para formular alguna pregunta), no debe, en suma, obstaculizar el proceso estereotipado de la clase.
¿Cómo demonios incrementar la actividad? La respuesta es única: tomando notas. Al hacerlo uno se mantiene despierto y sigue el proceso del pensamiento que expone el profesor.
Tomar notas es costoso. Se gasta bastante energía y puede correrse el peligro de perder partes interesantes de la clase. Más la solución no está en abandonar esta actividad sino en perfeccionarla: notas telegráficas, incompletas, rápidas, con «letra de médico». Notas que lleven poco tiempo y que permitan mirar al profesor el mayor tiempo posible.
5 – La toma de notas es un test de inteligencia
Cuánto más tonto, más detalladas y prolijos serán los apuntes tomados en clase. Notas extensas, cabeza hueca.
Las notas deben ser breves e incompletas. El estudiante hace una apuesta para «después de la clase. Se trata de utilizar esas pocas palabras registradas como estímulos para recordar todo el pensamiento expuesto. Luego, ya más tranquilos, podemos completarlos agregando todo lo que la memoria nos proporciona.
6 – ¡El repaso es la clave del examen!
Notas breves incitan a repasarlas para completarlas (lo ideal, dentro de las 24 horas siguientes). Y ésta es otra cualidad de las notas breves... que no pueden dejarse sin completar so pena de no entenderlas semanas después.
Sólo el repaso consolida lo comprendido. El repaso elimina gran parte de las singularidades caprichosas de la memoria; más debe hacerse con método, sujetarlo a un calendario. Una vez escuchado un tema el primer repaso debe ser pronto. Los siguientes se van espaciando conforme a una progresión casi geométrica. Resumiendo, el primero al finalizar la clase; luego a las 24 horas, a la semana, al mes, a los seis meses.
Los expertos aseguran que con estos cinco repasos los temas quedan encolados de por vida. De todas maneras aún no he conocido el alumno que los haga. En la práctica podemos reducirlos a las 24 horas, y al mes. El resultado no será tan completo, pero se mantienen los mínimos requeridos para cualquier examen universitario (siempre que la persona sea joven; en caso de mayor edad... se recomienda un poco más de esfuerzo).
7 – Escribir para que nuestros pensamientos estén claros para nosotros mismos y para los demás.
Cuando se realiza la operación tan sencilla como poco practicada de poner por escrito nuestro pensamiento, algo pasa. Uno se permite decir muchas tonterías cuando habla; al leerlas saltan a la vista (no siempre, por supuesto; estos apuntes podrían ser una prueba).
Al hablar, las frases quedan inconclusas. Al escribir tenemos que terminar lo dicho; no valen gestos que ilustran mejor que mil palabras. Hay que ajustarse a una disciplina: poner una palabra detrás de la otra.
No se trata de hacer literatura. Escribir sencillo para pensar con claridad.
Escribir es regar la planta del pensamiento reflexivo. Una herramienta esencial, si se desea aprender toda la vida.
8 – Para sobrevivir en la universidad ¡sea esquemático!
Un consejo que vale para cualquier actividad donde se manejen ideas y donde haya que tomar decisiones.
En este contexto «ser esquemático» no significa nada malo. Quiere decir: "¡Haga muchos esquemas!". No se trata de reducir la complejidad de la vida, sino de eliminar todas las palabras sobrantes. Convertir el pensamiento en un tablero de ajedrez donde cada idea tiene un lugar y un valor, al igual que los trebejos del juego.
9 – Quien se autoexamina, ¡APRUEBA!
Un estudiante eficaz es autosuficiente: no necesita del examen para enterarse si realmente conoce el tema. De allí que, intuitivamente o por método, dedica gran parte de su esfuerzo a elaborar exámenes privados. Un estudiante eficaz se autoexamina antes de que lo hagan los demás.
Por otro lado, crear un cuestionario es una excelente forma de repasar. De allí que no se pierde el tiempo. Haga la prueba; trate de crear un cuestionario de examen sobre la materia que estudia (como si fuera un profesor más) y verá lo que sucede.
Otra posibilidad es contar lo que sabemos a alguien que nos pida ayuda. Intentar transmitir lo que se sabe es la mejor manera de reflexionar sobre ello. Como decía Sherlock Holmes: no hay nada que aclare tanto un caso como el exponerselo a otra persona...
10- Duplicar el tiempo
Todos tenemos poco tiempo. Las actividades se suceden sin interrupción. Y cuando nos queda algo, la industria del ocio se lo lleva todo. La televisión es la gran asesina de muchas autopromesas de «fin de año». Y no se trata de que lo haga por contar estupideces... sino porque roba el tiempo necesario para hacer aquello que en fecha señalada nos propusimos.
Gestionar el tiempo es clave para aprender algo sistemáticamente. El tiempo es un bien escaso; más aún que el dinero. El dinero va y viene, el tiempo sólo se va.
Recordemos: a los hábitos solo se los puede cambiar construyendo nuevos hábitos. Y para ello se necesita tiempo.
Un obstáculo importante en nuestra administración del tiempo está en las emociones. Hemos desarrollado -en muchos casos- una equiparación tan incorrecta como saboteadora: controlar el tiempo es un aspecto más del trabajo. Me refiero al trabajo como medio de supervivencia; a la maldición bíblica; a lo que hacemos para ganarnos la vida. Luego, evitamos inconscientemente aplicar esa medida a las tareas lúdicas o de autodesarrollo.
¡Pues falso! Cobremos conciencia que nuestra vida está hecha de tiempo. Cuando el tiempo se nos acaba... ¡se acabó! Mientras nos queda tiempo, hay cosas por hacer y por disfrutar. Luego es un derroche absurdo "¡perder el tiempo!". Dicen los hindúes que a cada humano se le asigna un número finito de respiraciones. No podemos cambiarlo, sólo podemos inhalar y exhalar más despacio. Las respiraciones serán las mismas, están contadas, pero la vida será más larga.
Quizá sea una metáfora. Pero una metáfora importante. Quizá llevemos una bomba de tiempo en nuestro interior, y cuando suena el reloj estalla. En todo caso llamo la atención sobre que gestionar nuestro tiempo no es moco de pavo. Demos al tiempo su valor.