JuanRamon: elsindromedelnidovacio

El síndrome del nido vacío

El hombre de mi vida me ha dejado. Después de treinta años de desvelos, de darlo todo por él, de esperarlo despierta cuando salía con los amigotes, se ha ido de casa.

Y no es que se haya ido con otra, que eso lo entendería. No, encima tiene la poca vergüenza de decirme:

– Mamá, es que necesito espacio. Ya soy mayor.

¡Mayor! Pero ¿Dónde va esa criatura con 30 añitos?

Ahora, que yo se lo he dicho, ¿eh?

– Parece mentira, dejarme tan pronto, hay que ser mal hijo!

Y me dice:

– Pues Jesucristo se fue de casa con 30.

– ¡Y mira cómo acabó! ¡No llegó a los 34!

En fin. Ya lo voy llevando mejor. Pero el día que se fue, yo creí que me daba algo. El niño allí, recogiendo sus cositas.! Cuatro chorradas, porque, ¿Qué se va a llevar el pobre, si no tiene nada suyo? Pues todo lo nuestro.

Pero fui yo la que se lo dije:

– Anda, tonto, llévate la tele pequeñita y la minicadena y el DVD y ¡la lavadora!

Pero ¡es más bueno! Ahí ya me dijo:

– No, mamá, la lavadora, no, que no tengo ascensor. Ya me la traes tu cuando vengas a verme.

¡Mi niño! Menos mal que no tengo tiempo de pensar en él, porque estoy todo el día ocupadísima haciendo croquetas para mandárselas. Que si no, se pasa la vida llamando a Telepizza. Y cuando estoy liada en la cocina, mi marido viene por detrás, como un niño chico, a robarme las croquetas. Y yo:

– ¡Deja eso ahora mismo! ¡Que son para el niño!

– ¿Y yo qué ceno?

– ¡Pues yo qué sé?, coño! ¡Llama a Telepizza!

Pero luego me da pena, el pobre!, que, al final, siempre le digo:

– Andaaa, déjalo,! ya llamo yo: ¿margarita o cuatro quesos?

Bueno, y me he comprado un móvil, que puedo hablar con el niño el tiempo que quiera por cinco duros. Eso sí, sólo podemos hablar de ocho a diez, como en la cárcel.

Pero, a veces, no aguanto más y lo llamo fuera de horario, a escondidas de mi marido. Que parece que tengo un amante:

– Cariño, te tengo que dejar, que ha llegado papá.

Y cuando mi marido me pilla:

– Ha llamado él, ha llamado él! Venga, rey, anda, no seas bobo, ya te llamo yo luego. Huy! qué mimoso está! Éste en dos días esta aquí, ¿eh?, ¿Manolo?

Pero, por fin, cuando dan las ocho, y ya puedes hablar con él, libremente, de todas nuestras cosas:

– Hola lechoncito, soy mamá. ¿Qué tal el día?

– Bah!

– ¿Qué haces?

– Pssss.

– ¿Has cenado ya?

– Pschá.

– Bueno, no tienes ganas de hablar, ¿no?

– Bah.

– Bueno, pues adiós. ¡Manolo, el niño me ha colgado el teléfono!

Y mi marido:

– Cariño, es que te pones muy pesada.

– ¡Ahhhh! ¿Pesada yo? ¡Pesada tu madre, que hay que ir todos los años a ponerle flores!

Al principio no te atreves a tocar nada de su habitación, porque tienes la esperanza de que tu hijo se dé cuenta de que no puede vivir sin ti y vuelva.

Pero la semana pasada abrí los ojos. Le llamo, y me sale una voz de mujer:

– ¿Diga??

Y colgué inmediatamente. Volví a marcar y ya me sale el niño. Y le digo:

– Oye, ¿quién era ésa?

Y él:

– Una amiga

– ¡Ay, menos mal! Creí que era otra madre. Bueno, ¿y qué estáis haciendo?

– Pues nada, comiendo.

– ¡Ah, muy bonito! ¡Yo todo el día encerrada en la cocina para que venga una guarra cualquiera a comerse mis croquetas!

– No, si ella no come, no le gustan.

– Ah, no le gustan? Mírala, qué fina!

Ahí me enfadé tanto que decidí hacerle caso a mi marido y convertir la habitación del niño en el cuarto de la plancha.

Y me pongo allí a organizar el altillo? sus libros, sus cómic, sus revistas porno. Y de pronto, me dije: “A ver si las va a necesitar?” Claro, porque cualquier pretexto es bueno para ir a ver a tu hijo.

Pero, de repente, encontré la excusa perfecta: su ajedrez del centenario del Real Madrid. Con el sacrificio que hizo para reunir las piezas,¡que estuvo un mes comprando La Razón! Así que al día siguiente le llevé un peón. Al otro, un alfil. Al otro, una torre. Y él:

– ¿Pero no me puedes traer todas las fichas a la vez?

Y yo:

– Ah! es que como te hizo tanta ilusión reunirlas por entregas!

Y mi marido se hace el duro, pero también tiene sus sentimientos, ¿eh? El otro día fui yo quien le pillé a él hablando con el niño fuera de horario, y con una voz de angustia le decía:

– Hijo mío? ¡mándame una croqueta!

Ahí me di cuenta de que me estoy pasando. Que hay un montón de experiencias nuevas que vivir con mi marido. Así es que voy a empezar a disfrutar de esta segunda luna de miel. Voy a ver si lo animo, y nos vamos juntos a llevarle la lavadora al niño. Y así, el pobre prueba las croquetas, que está tan flaquito que parece que el que se ha independizado es él.